Desaparecidos de la Guerra de España
He tenido la ocasion últimamente de hablar con una persona que vivó aquella época. Tenía seis años cuando la guerra comenzó. Entonces mataron a su padre en la cárcel de Alcalá de Henares. Esta localidad permaneció leal a la República, luego el padre de esta persona era un faccioso. Comprendo el dolor y la rabia de este hombre que enseña la carta que su progenitor escribió antes de morir. Y tiene uno que callar, pues las izquierdas estamos mejor acostumbradas a ello. Ésta persona maldice a Zapatero por poner en marcha lo que se ha denominado Ley de Recuperación de la Memoria Histórica. Esta persona dice que aquéllo ya estaba olvidado. Esa persona está llena de odio y rencor a pesar de lo que dice. Lo que no pueden soportar algunos es que se equipare a los caídos del bando perdedor con los del vencedor, porque según algunos, qué más da que estén en fosas comunes. Y digo equiparación por decir algo. Para muchos la guerra no terminó hasta 1975. Para ellos no pueden ni merecen estar en camposantos. Demos honra a todos los desaparecidos. Hagamos justicia y, una vez hecho esto, no olvidemos la historia, si no queremos volver a repetirla.
Sinopsis: Un número indeterminado de españoles (¿50.000, 60.000, 90.000...?) desapareció durante e inmediatamente después de nuestra Guerra. Desaparecieron de muchas formas, ominosas todas, y el Pacto de Amnesia de la Transición contribuyó a que su memoria y su rastro se perdieran para siempre. Este libro, acaso la primera monografía, cuyo relato sobre nuestros desaparecidos, discurre por los territorios del horror, se detiene en las diversas estaciones del monumental desaparecedero español de la Guerra.
En esas estaciones están los niños perdidos en las huidas, en los bombardeos, en el caos de las evacuaciones y en el delirante episodio de las repatriaciones franquistas de los hijos de los “rojos”; las pesquisas desesperadas, infructuosas, de los que les perdieron y aún los buscan; las decenas de miles de desaparecidos a causa del terror fascista por el que se desvanecieron, bien que asesinados, en Melilla, en Granada, en Málaga y en Toledo; también está la desazón insoportable de las esposas, de las madres, de las hijas que ya nunca volvieron a ver a sus hombres desde que se los llevaron; las víctimas del terror revolucionario que pretendía inaugurar un nuevo mundo mediante los paseos, las checas y los templos quemados; está la carne rota, irreconocible, de los hospitales y los enterramientos de campaña; están, representando a los soldados desaparecidos, desconocidos, de todas las batallas, los desgraciados “flechas negras” italianos perdidos en Guadalajara; están los cuerpos que flotan como peces torpes en el río de una aldea; también los tripulantes de un submarino dormidos frente a Málaga; los “topos” y los huidos de la venganza franquista; están los que enloquecieron y desaparecieron de sí mismos; los que yacen en las innumerables fosas comunes que sarpullen el suelo de España, y están, en fin, los que cuyas sombras, invocadas por sus nietos, deambulan por las páginas de Internet.
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